(viene del post anterior)
Tú ganas, eres real, al menos eso parece, deja ya de hacer el gilipollas o vamos a acabar teniendo un problema- dije casi entre dientes, atragantándome con mi orgullo. No sé por qué narices había insistido tanto en su incorporeidad, si en otras ocasiones le habían visto, le habían incluso hablado.
Ja, no llevamos ni diez minutos y ya has capitulado. Está bien, vas aprendiendo, me gusta que aprendas- acompañó su frase triunfal con unos humillantes golpecitos en el hombro. Me sacaba ya prácticamente una cabeza.
Se quedó tranquilo hasta que llegamos al parque y nos sentamos. Se quedó tumbado a mi lado con las manos sobre los ojos; había olvidado, gracias a dios, sus gafas de bazar chino. Pasados unos quince minutos no aguantó más.
Tú quédate leyendo a tu escritor mexicano muerto, que yo me voy a dar una vuelta. Quién sabe, igual ligo, he visto algunos grupos de chicas mientras veníamos hacia acá-
Sí, claro, a ver si es verdad, a ver si es verdad que conoces a tu media naranja podrida y os vais a vivir juntos, por lo menos así no tendría que soportarte- lo dije sonriendo, me había hecho gracia su comentario. Estaba seguro de que lo decía para envolverme de nuevo, pero, como él mismo había dicho, esta vez estaba prevenido- Que te cunda, yo me quedo leyendo, se está demasiado bien aquí como para desaprovechar la oportunidad de estar diez minutos sin ti. Me miró divertido y se fue sin decir nada. Le vi alejarse por el césped en dirección a uno de los paseos secundarios del parque con su andar patizambo bajo esa insufrible levita negra, la calva le brillaba bajo los apocados rayos del sol de la tarde, era como si se hubiera preocupado en bruñirla por la mañana. Tenía que recordarlo y decírselo luego, chincharle un poco con ello; si algo había que parecía influirle, eran los comentarios sobre su escaso pelo. Intuyo que por una cuestión de mero reflejo hacia mis debilidades, pero nunca fue ese un tema que me quitara el sueño, no al menos de momento.
No mentía cuando le decía que diez minutos sin él me iluminaban el día. En las raras ocasiones en que se dormía o parecía ensimismarse con una lectura o una película, sentía desvanecerse un peso enorme, me sentía ligero, seguro, cercano a feliz. Siempre de forma temporal, pero aprovechaba esos minutos, los recogía y almacenaba para posteriores momentos. Después, él siempre se levantaba o despertaba cansado, falto de fuerzas, pero también hambriento, con ganas de marcha. Debía tener cuidado porque el hambre le hacía hiperactivo, le avivaba el ingenio; si ya era un ser taimado de nacimiento, cuando la necesidad le apretaba, era completamente impredecible.
Fueron doce, casi trece, grandes minutos, dejé la lectura, medio que también utilizo para apartarle lo más posible, y conseguí relejarme hasta pasar medio dormido la mayor parte de esos doce o trece minutos. No reflexioné demasiado, no pensé mucho, la suerte es que cuando él no está, la parte más superficial de mi mente se detiene, las cosas banales importan menos y todos esos pensamientos nocivos que pasan a velocidades de curvatura por mi asfixiada cabeza, parecen detenerse hasta desaparecer. Es algo lenitivo, pero temporal, las heridas no son tratadas, pero sin llegar a cicatrizar. Sé que no puedo aspirar a mantenerlo, pero son momentos de reflexión real y profunda, de pensamientos claros, completamente sanos. Momentos que intento disfrutar, a sabiendas de lo que vendrá después, de cómo pasa el tiempo mortificado por ideas falsas, contrapartida de una imaginación desbordante y en tantas ocasiones, maliciosamente desbordada.
Al verle venir desde lejos –es imposible no reconocerle-, vuelvo a mi estado habitual, se desvanecen y se olvidan las sensaciones pasadas. Al verle venir y al parecer, acompañado, todo se vuelve aún peor. Una cosa es no dejarme meter, entrar en sus juegos, pero era la primera vez que le veía con alguien, sin que fuera alguien a través de mí. Parecía que sí tendría una existencia después de todo. No sabía cómo sentirme, por un lado, siempre habría creído que él no era más que una creación de mí situación extrema, una consecuencia de mi miedo al cambio, a la vida fuera del huevo, pero por otro lado, el que tuviera una existencia me tranquilizaba, porque significaba, entre otras cosas, que podría marcharse o dejarle de lado, con la misma facilidad que a otras “personas”. Pero él era un vampiro, no comía, no bebía, sólo de mí, ¿qué clase de persona sería esa? ¿Cómo podía dejar suelto por el mundo a un ser así? De lejos no había podido distinguirlo bien, pero venía acompañado de una chica, parecía que charlaban amistosamente, hasta se reían. No sé qué tramaba, pero algo iba a hacer, algo buscaba y sabía que debía estar muy atento.
Mira, aquí está mi amigo- dijo señalándome mientras se acercaba con su acompañante- Hola, vengo acompañado, ya ves. Me sorprendió no haberme dado cuenta antes, pero el tío se había cambiado de ropa, no sé cuándo ni dónde, pero su levita ya no estaba, en su lugar llevaba unos pantalones cortos de cuadros de colores bastante llamativos, una camiseta negra, bastante vieja, de manga muy corta, con las tibias y la calavera piratas impresas en el pecho. Sus gafas habían aparecido como por ensalmo, las llevaba sujetas encima de si frente, disimulando un poco su notable calvicie. O así lo entendí yo. Sus zapatos de enterrador, se habían convertido en unas “Doctor Martins” bastante usadas, que llevaba sin calcetines y desabrochadas, con la lengüeta y los cordones colgando. La camiseta, demasiado ceñida, exageraba su deforme tripa, que sobresalía en forma de globo sobre su cintura. No es que tuviera estilo, todo el conjunto era un asalto contra el buen gusto, pero estaba a años de luz de su look habitual.
Hola. Te presento a Maria Chiara- dijo en su inglés macarrónico habitual- Maria Chiara, este es el amigo del que te estaba hablando. Es algo tímido y prefiere quedarse leyendo antes que conocer chicas guapas, pero puede ser divertido- lo de “chicas guapas”, lo pronunció en español, algo que pareció divertir a su nueva amiga. Y qué amiga, seguro que lo había hecho aposta, porque la tía era una belleza; al menos para mí. Italiana, por lo que parecía, de ojos marrón claro, grandes pero algo achinados en su extremo. Una nariz más bien grande, pero respingona y bien avalada por una boca pequeña de labios finos, pero perfectamente definidos. Un pelo rubio oscuro, cortado en media melena, hacia el resto. Su cuerpo no era menos, delgada pero sin exageraciones, de piernas bien torneadas, caderas de mujer y pechos lo suficientemente grandes. La palma se la llevaban sus manos, pequeñas, suaves, perfectamente cuidadas, dedos redondos, uñas mínimas pero deliciosas. Vestía muy normal, una chica arreglada para ir al parque con amigos, una camiseta blanca normalita y unos vaqueros, zapatillas Converse de color rojo y una chaqueta azul marino para resguardarse del frío que ya comenzaba a notarse.
Hola, encantado de conocerte- lo dijimos casi a la vez los dos. Nos reímos, risa de primeros saludos, de nervios, de ahogo al conocer a una chica guapa.
Estaba dando una vuelta y ha salido su pelota disparada hacia a mí. Se la he devuelto fatal, he tenido que ir a por ella otra vez y al final he acabado hablando con ellas- lo dijo en Inglés, sin esperar confirmación de su acompañante- he pensado que ella te iba a encantar- Esto lo dijo en español y me hizo sentir bastante incómodo.
Eh, que soy italiana, que puedo entenderos- dijo ella sonriendo, aunque dejándome con la duda de que es lo que había entendido de verdad.
Ah, sí, perdona, le decía a mi amigo que sabía que le ibas a encantar- me quedé de piedra al oírlo. Típico suyo. Por mucho que lo intenté, sentí el calor subiendo a mi cara- Mírale, ya se ha puesto rojo.
Ella se rió y dijo: no te preocupes, sé que lo dice en broma, si lleva todo el rato diciéndome que venga a conocerte, que seguro que me ibas a gustar, que eras un tía genial, que sí guapo, etc. Se ha puesto tan pesado, que he acabado viviendo, ya ves.
Y qué, ¿ha merecido la pena?- dije yo, sin darle tiempo a mi amigo para humillarme más aún. Ella se rió.
Todavía no sé decirte, la primera impresión es buena, lo de guapo se ha cumplido, lo otro, aún no te puedo decir- ella lo dijo desafiante pero con cierta timidez. Miró al suelo, viendo como sus manos jugaban con algunas briznas de hierba.
Bueno, entonces empatados, yo digo lo mismo, guapa, pero además simpática, ¿no? –
Ah, ¿me lo preguntas?- dijo ella divertida, sabiendo que me había pillado.
No, no, sólo afirmaba, es que me he puesto un poco nervioso- sabía que había tirado mi piropo por el suelo.
Vale, acepto lo de guapa y lo de simpática. Ahora dime, cuéntame algo para ver si yo puedo decir que eras también simpático, al menos tanto como dice tu amigo, ¿qué haces en Londres?-
Pues la verdad es que buscar trabajo, he estado cinco años trabajando para una multinacional y he acabado tan harto, que no me ha quedado más remedio que irme muy lejos – dije de carrerilla, con el discurso que le contaba a todo el que me preguntaba. Sin saber por qué, me di cuenta de que había obviado la mención, nada insignificante, de que había venido aquí porque mi novia trabajaba aquí. Posiblemente ella no supiera, no creo que mi nosferatu en pantalones cortos, le hubiera dicho nada en esta situación- Llevo apenas un mes aquí, pero bien, adaptándome, ¿y tú?-
Yo parecido, me vine aquí hace un año y medio, más o menos, para trabajar también, pero me vine con la agencia con la que trabajaba en Italia. ¿Qué hacías en esa multinacional que te dejó tan harto?-
En temas de Marketing, ya sabes, publicidad, marketing de producto, todas esas cosas. El trabajo en sí no era tan malo, era la empresa, lo de una multinacional tiene demasiada política, demasiada burocracia- terminé de pronunciar la frase y me asombré de la fluidez con la que estaba hablando. Se notaba que mis calases de inglés surtían efecto, pero no esperaba que la cosa fuera tan bien. De todas formas, es mucho más sencillo hablar con alguien no nativo que con un anglo parlante, tienes menso presión gramatical.
Ya, lo puedo entender, mi agencia aquí no es muy grande, pero en el mundo sí y se nota. Yo no soporto cuando tengo que hacer “reports” a los directores mundiales en Estados Unidos, me pongo muy nerviosa- dijo sincera- Mucho más cuando son por video conferencia. Odio esos aparatos, en persona todavía puedes expresarte por los gestos, te pueden entender por el contexto, pero en esas charlas con la televisión, a veces ni siquiera te oyen y tú crees que es por tu inglés, cambias la palabra, pero resulta que no, qué era que no te habían entendido, y quedas fatal, y … En fin, que te voy a contar.
Sí, sé muy bien de lo que hablas, creo que todos hemos sufridos esas charlas, imagínate cuando es una en la que no sólo se utiliza inglés, sino también francés, es infernal- nos reímos los dos- Pero vamos a pasar un poco del trabajo, cuéntame ahora algo de ti, de dónde eres, dónde vives aquí en Londres.
A ver, soy de Trieste, ¿lo conoces?- hice un gesto afirmativo con la cabeza- Pero viví allí pocos años, el resto los he pasado entre la casa de mis padres en Piacenza y Milán, donde estudié la carrera y he trabajado los últimos años- sonrió cuando pronunció la última frase, una sonrisa limpia, prístina, sin mácula alguna. Y no me refiero a la parte física, sino a la emocional, era la sonrisa de una persona sana y segura. Cómo me gustaba, como envidiaba poder sonreír así.
Y aquí en Londres, ¿dónde vives? – continué yo.
Cerca de London Bridge, en la zona de enfrente, cerca del río, comparto piso con una amiga. Está un poco lejos del centro, pero es una zona genial, se ha vuelto una zona muy animada, con mucha gente joven, restaurantes y pubs. A mí al principio no me entusiasmaba, pero ahora no me cambiaría. Si no la conoces, deberías venirte un día.
Sí la conocía, habíamos mirado un par de pisos por la zona y la verdad es que me había gustado, pero al final ganó la opción de vivir en una zona más céntrica. Lo que no había hecho, ni había pensado en hacerlo, era en ir a ver esa zona invitado por una chica como aquella, tonto de mí, ya estaba imaginándome de bares por su zona, tomando unas cervezas, riéndonos, yéndonos a pasear borrachos por el río para acabar besándonos nerviosos apoyados en una barandilla húmeda antes de irnos a su casa y desnudarnos con furia. Fantasías, fantasías, fantasías. Ella también lo era. Hablamos de todo un poco, pasaron casi dos horas sin preocuparnos. Tenía veintisiete años, más o menos los que yo le había echado, y sí que era simpática, y buena persona, alejada del patrón banquero o banquera que aquí se estila tanto. Tenía varios hermanos también, le gustaba el cine, y tenía un conocimiento decente del mismo, no hablamos de libros, aunque se interesó por lo que leía. Dijo que no lo conocía, que conocía pocos autores en español, pero cuando habló de lo que le gustaba, dijo algunos nombres que me entusiasmaron, como Balzac, Kawabata o Dante. Me abstuve de profundizar más en el tema literario; me pongo muy pesado siempre que hablo de libros y no quería parecer un “freak” desde el principio. Sin embargo, me gustó hablar con ella del British Museum, y no es que a ella le entusiasmará, simplemente dijo que le había gustado cuando había ido, nada más, pero me encantó como me escuchó hablar de él; tampoco hice un disertación sobre lo poco que conocía de él, pero no pareció aburrirse, incluso me dijo que le gustaría acompañarme en una de mis visitas, y que yo podría acompañarla a la Tate Modern a cambio.
(Continúa en el siguiente post)