Por fin tiempo inglés, por fin algo de la proverbial humedad de estas latitudes, aunque nada que se pueda considerar especial. Algunas nubes intermitentes, algo de agua de vez en cuando, a veces incluso con cierta fuerza, pero poco más. Aún así, el gris ha hecho acto de presencia, por mucho sol que haya, se ha desvanecido la inusual y atípica luminosidad de esas, mis primeras semanas por aquí. Parece que los climas se invierten cuando me muevo, sólo este mes. Vuelvo hacia el sur y llegan las lluvias y la nieve, gorda, como pelotas de golf que se deshacen antes de que puedas llegar a verlas. En cuanto estoy de regreso al norte, la lluvia lenta, pesada y constante que ha madurado el verde en estas tierras, casi desaparece, tímida se esconde detrás de grandes nubes que, sin embargo, pasan corriendo de largo, sin dejar que el sol alcance ninguna preeminencia sobre ellas. No hay luz, pero tampoco el plomizo cielo, cerrado y pétreo, de otras ocasiones, de otras visitas a la capital del antiguo imperio, a la que fuera, no hace tanto, “caput mundi”.
No tengo miedo, el miedo queda dominado a las pocas horas de llegar. Su vuelta me ha hecho sentirme reconfortado, no asustado. Insiste en contarme detalles de su inexistente visita a sus parientes, habla de las midlands, de lo bonito de vivir en un lugar pequeño, rodeado de praderas, animales, con pocos coches y sin ningún estrés, sólo la responsabilidad de hacer bien un trabajo sencillo, curiosamente, fácil de hacer.
Mis parientes tienen otro ritmo, son mejores personas- dijo mi Tongoy mientras jugaba con las setas que hacen de salero y pimentero- gente de campo, pero de un país grande, interesados por lo que ocurre fuera, con ordenador y una casa grande, pero de campo, al fin y al cabo.
Poco de campo serán, si cómo dices, tardabais menos de media hora en llegar a Coventry-
Bueno, pero viven en una casa en un pueblo pequeño de casas bajas y, lo que te decía, incluso algunos vecinos mantienen aún pequeños corrales. Eso no lo ves en la ciudad- sonaba completamente relajado, sin rastro de la sorna que normalmente cuajaba con cada frase, en cada palabra- Me gustaría irme a vivir allí, o a un sitio parecido, durante algún tiempo. Más calma, más tranquilidad, responsabilidades mínimas… Vivir en Paz, sí señor, eso sería vivir en Paz.
No sé a qué juegas, yo no creo que tengas más existencia que la que yo te doy, ni mucho menos creo que tengas parientes en un pueblecito de las Midlands- me fui cabreando más según pronunciaba cada palabra, casi acabé gritando la frase- No me cuentas historias de que te irás a vivir a un puto pueblo perdido, que por cierto, dudo mucho que exista – Él sonrió.
Si no tengo existencia, por qué hablo con la gente que te rodea, por qué ellos me hablan, explícame. ¿Quieres que busquemos el pueblo en Internet? Ya verás como no me lo invento- replicó arrugando su cara en una amorfa sonrisa que no hizo sino aumentar la sombra que siempre se cernía en sus ojos.
Te hablan, les hablas porque yo quiero que lo hagas, si no quisiera, no lo harías, ni siquiera te verían. Es más, no estoy seguro de que te vean. Tu puto pueblo puedes haberlo buscado tú mismo hace diez minutos- me escuchaba mucho más enfadado de lo que en realidad creía estar.
Ja, eso quisieras, pero tengo más existencia que tú, soy corpóreo, tangible, olfateable… Follable- suspiré y me abstuve de contestar, ya estaba entrando en su juego. Mi enfado era anormal y al mismo tiempo podía no serlo, el cabrón había descrito una situación vital atractiva para mí, muy atractiva en estos tiempos. Vivir aislado, feliz, sin responsabilidad y con una vida, aunque monótona, perfectamente planeada y dirigida. Me tienta, juega a tentarme, siempre juega conmigo y yo no hago nada para evitarllo. Me desestabiliza y él, crece, se ensancha, por eso sonreía con mis gritos, con mi ira.
¿Quieres que lo probemos?-
¿El qué?-
Lo de mi corporeidad, vamos al parque ahora mismo y te lo demuestro, hoy hace buen día- terminó de hablar y se levantó directo hacia sus enormes zapatos, no espero a mi respuesta.
No, la verdad es que no, sé que me vas a montar alguna, esta vez te veo venir. Prefiero quedarme aquí y seguir pasando de ti-
No voy a montar ninguna, nunca las monto, las montas tú solo, yo, te indico el camino-
No tiene ni puta gracia- intenté disimular mi indignación, estúpida, al decirlo, pero no tuve mucho éxito.
Tú quieres salir, lo sé. Si vas prevenido, no te puedo liar ninguna, ahora lo sabes y vas prevenido. Y si no lo ibas, te acabo de prevenir- replicó satisfecho de sus palabras- Sólo quiero mostrarte que puedo tener tanta existencia como tú, el que saliera de tu codo, el que creciera desde tu interior, no me hace menos real. No menos que tú.
Sabía perfectamente que no debía, pero accedí. La verdad es que me apetecía salir un rato, él lo sabía muy bien, llevaba todo el martes metido en casa, harto de tanto ordenador y tanto rellenar aplicaciones de empresas que me importaban una mierda y en las que no querría tener que trabajar jamás.
Bajamos a la calle, había aún luz para rato y la temperatura era bastante aceptable. Cierto es que el sol aquí parece otro, más blanco, inevitablemente más frío, pero habría gente en el parqué, la suficiente para que mi amigo, amago de gótico, mezcla de vampiro y los curas que dibuja Ibáñez, hiciera un rato el canelo con quién quisiera y cómo quisiera
Quiero buscar un sitio tranquilo, donde dé el sol y echarme a leer, tú haz lo que quieras- le dije nada más alcanzar una de las puertas de Battersea Park. Él había insistido en que fuésemos a Hyde Park, pero en pocas semanas aquí, ya estaba algo saturado de ese parque, no es que no me gustara, pero era la primera opción de todos los posibles paseos e insistí en cambiar. Battersea me gusta más, menos transitado, con más naturaleza, más auténtico, más árboles y animales, hasta zorros; algo bastante común en Inglaterra, por cierto. Hay zonas de Londres en que los zorros son tan habituales, o más, que los gatos callejeros. Es una lástima lo que el ser humano y sus ciudades le hacen a algunos animales. Primero nos cargamos a las ratas, luego convertimos a las palomas en bichos radiactivos, odiados por todos, y ahora, aquí, los zorros están camino de convertirse en las nuevas ratas. La noche que vi mi primer zorro, he de reconocer que me asusté, no supe lo qué era hasta que salió corriendo y pasó cerca unos metros de donde yo estaba. Fue precisamente en Battersea, dónde la maleza es en algunas zonas abundante. Es más parque, más rebelde, revuelto, y su lago tiene mucho más encanto que la piscina prediseñada de su hermano mayor al otro lado del río. Algunos tramos me recuerdan mucho al Campo Grande de Valladolid, y esa es una buena sensación, pequeñas gotas de cálida infancia que se cuelan desde mi cabeza, recorriendo mi cuerpo casi hasta la punta de los pies. Casi todo en la infancia es bueno, pero los parques lo son más, y el Campo Grande es un ejemplo perfecto, con sus caminos de arena bajo el palio de los enormes olmos centenarios; los árboles de castilla, regios y recios como los mismos castellanos. Y los pavos reales, animales comunes pero siempre majestuosos, aún presentes hoy, reciben al visitante con su porte mitológico, transportándole a otras latitudes, a lugares difícilmente alcanzables salvo con la imaginación.
Aunque no haya pavos reales y los árboles no se le parezcan, el orden, la forma del parque y su lago, sobre todo su lago, hacen que a mí ambos parques me resulten igualmente familiares. Su lago quizá no tenga una barca conducida por un viejo barquero que contaba historias a los niños, que nos partíamos de risa con ellas, y aunque no todo parezca sacado de un cuento como en el parque castellano de mi infancia, me sigue gustando Battersea Park, al lado del río.
Si hay menos gente, es precisamente porque la vegetación, sus árboles y setos, no permiten tantas zonas soleadas como en Hyde Park, y con el clima de estas tierras aisladas, eso es una cuestión clave a la hora de elegir. Pero en días buenos, como el de hoy, como siempre he dicho, extrañamente habituales esta temporada, la elección era acertada. El parque tenía gente, pero nada exagerado, lo suficiente para sentirte acompañado pero sin agobios ni ruidos excesivos. Buscamos una parcela soleado cerca del agua y nos sentamos. Todo el camino hasta allí, el amigo estuvo haciendo el mono. Saltaba cuando pasaba cerca de alguien o les perseguía jugando a ser su sombra, elevaba notablemente la voz cuando nos parábamos en un semáforo o, como hizo cuando cruzábamos el puente de Chelsea, se intentaba subir a las barandillas, sólo por llamar la atención. Sí es cierto que le veían, que le oían, tuve que aceptarlo antes de llegar por miedo a que alguien acabase llamando a la policía o algo peor.
(continúa en el siguiente post)