El mundo se va a la mierda, pero esto no es algo nuevo. El mundo lleva yéndose a la mierda tanto tiempo, que ya nadie se preocupa. No nos preocupamos, porque lo que en realidad nos importa, aunque no seamos capaces de reconocerlo, es que en ese fluir hacia la mierda más absoluta, no nos pille la riada por en medio. Es cierto, mejor dejársela a nuestros hijos, a nuestros nietos, ¡qué coño! Mucho mejor, cuánto más lejos de nosotros, más tranquilos estaremos. ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué podemos hacer?
No mucho, la verdad, viendo cómo y por quién se rige el mundo en estos tiempos. Y en realidad el cómo, sobra, el cómo viene del quién, son esos quiénes los que hacen el cómo, los que hacen el mundo tal cual es. Y es que el mundo se va a la mierda, porque es una mierda, porque el hombre es una mierda. No es la eterna historia de que el hombre es malo. El hombre no es una mierda porque haga el mal sin sentido ni criterio; el hombre no es una mierda porque deje morir de hambre a millones de sus semejantes; el hombre no es una mierda porque permita que los criterios económicos se impongan a los humanos, no. El hombre es una mierda porque no hace nada para evitar todo eso. No hacemos nada, pero qué podemos hacer…
Pues bastante poco, visto lo visto. Si protestas en la calle, eres enemigo del sistema, poco más que un delincuente. Da igual que no seas violento, da igual que sea uno de tus más antiguos y sólidos derechos. Aquí, y cuando digo aquí, me refiero a nuestro mundo, el protestar está mal visto. Protestar es de pobres, que dirán algunos. Protestar es de tristes, de personas amargadas. Y tanto que lo es. Y tanto que lo estamos. Estamos amargados, estamos hastiados de ver el mundo, eso, yéndose a la mierda. Aquí al lado un padre mata y quema a sus niños, en un país no tan lejano, se decapita a la gente en vivo y en directo, en otro muy cerca del anterior, se arroja a dos chavales desde un edificio y se sigue con el día como si nada… Si hasta ahora nos da por descuartizar árbitros y clavar sus cabezas en una pica, como en los viejos y turcos tiempos. El hambre se queda corta ante tanta barbarie. Cómo nos va a preocupar que nuestro vecino se quede en la calle, si estamos hartos de ver a gente muriendo en la televisión de las formas más horribles. Cómo nos va a preocupar que nos roben en nuestras narices, si el mundo se está yendo a la mierda y aquí no hace nada ni el mayor de los valientes.
Si te dejas mangonear, te mangonean. Y cuando el que mangonea tiene, encima, el poder para reprimirte cuando te quejas, mal asunto. Pero si, además, resulta que ese poder se lo has consentido tú, en tu apacible ilusión de vida soñada, poca salida parece tener todo esto. ¿Qué podemos hacer? Hemos protestado y nada. Nos hemos cansado pronto, es verdad, pero quién no se cansaría si nunca le escuchan, si para ser escuchado tiene que quemar contenedores, entrando en el círculo vicioso de la descalificación, jugando al juego que quieren marcar los que han montado todo este tinglado. No sé, demasiado cansados andamos todos, pero qué podemos hacer.
Yo sólo veo dos vías, o la rendición incondicional a la indolencia ante esta plutocracia asfixiante e injusta, o la rebelión salvaje, las masacres y muchas, muchas cabezas en picas, las de todos esos plutócratas y las de sus amigos en la sombra, verdaderos conjuradores de los males que asuelan el mundo y al hombre hoy en día. ¿Hacia qué lado caeremos? Hemos de ir hacia alguno de los dos, porque así no podemos continuar, es inviable, o nos lobotomizamos unos a otros con un buen chorretón de lejía directo al interior del cráneo, o arrancamos puertas, ventanas y grifos y salimos a la calle a darle hondonadas de palos a quién, por cierto, se las ha terminado mereciendo. Personalmente, no sé con cuál quedarme. Soy bastante indolente, con todo, es una indolencia por convicción, pero hasta la indolencia agota, por contradictorio que pueda resultar. Y cuando la indolencia se vuelve insostenible, la ira, fruto de la rabia acumulada en ese pasada etapa indolente, toma el mando y aquí “Santiago y cierran mis cojones, ¡cierran mis cojones!”.
Estamos jugando con fuego. Los pobres y campechanos ciudadanos del mundo que, en realidad, sólo deseamos un vida tranquila y apacible, a pesar de la publicidad, las normas sociales y las estúpidas modas, y los infames políticos, sus grandes empresas y esos adinerados, porque sí, amigos suyos, que lo único que persiguen es mantener un status quo irregular y desastroso. Desastroso para todos, menos para ellos, está claro. Y de tanto desastre, a ver si al final lo vamos a mandar todo a tomar por culo y en un día de furia, levantarnos, con indolencia o sin ella, para acabar repartiendo esas hondonadas de las que antes hablábamos, al que las merezca y al que no. No es que este futuro me guste, constato un hecho, estamos hartos, todos. El que sufre y el que disfrutaba con ese sufrimiento, con la desigualdad perenne. Los unos, porque no encontramos la manera de que se nos deje vivir en paz, los otros, porque también andan cansados de tener que justificar que lo importante es el dinero, su dinero, y nada más. Normal, si ya ni a ellos se les deja robar, sojuzgar y matar en paz, hasta con sus “gritones” de dólares tienen que pedir perdón de vez en cuando, totalmente normal que se indignen.
Indignados todos, ya lo decía yo. Estáticos todos, no vaya a ser que al movernos cambiemos algo de sitio. Si no somos tan distintos, buscamos cosas distintas, pero actuamos igual. Por eso nada cambia, ni para bien ni para mal. Aunque, sí, es cierto, últimamente la balanza se inclina más de su lado, pero es que con esta crisis que nos hemos inventado, entre todos, le hemos puesto en bandeja nuevas y suculentas viandas a su ya de por sí desmedida avaricia. Y eso, prácticamente sin movernos, ninguno. “Tranquilo majete”, así estoy, así estamos todos. Pero lo he avisado, igual un día se me pira y me planto en el congreso, grifo en mano, y me lío a “grifazos” a diestro y siniestro, importándome poco el color, el discurso, el grado de corrupción o el morro de los que se me pongan por delante. Sólo espero que, en caso de que me dé la vena de fontanero cabreado, me dé a mí sólo y no vayamos a cientos a congreso, senado y sedes bancarias y comerciales varias, a desatar nuestra particular cruzada, grifo en mano.
No sé, quizá fuera mejor que así se diera; llegados a este punto, llegados al punto de no sólo ser estafados y robados, constante e impunemente, sino, además, habernos convertido en el centro de sus carcajadas y chuflas varias, no me extrañaría que todo esto acabara mal, muy mal, pero que muy, muy mal. Y sí, quizá sea mejor así, porque es que quizá sea la única manera de sacarnos de encima a esta recua de avaros lameculos sin escrúpulos.
Hoy me preguntaban que sí pudiera darle una somanta de palos a un político, cuál elegiría. No he sabido responder, ni sé hacerlo ahora, yo me inclinaría más por hacer un buen hoyo en el suelo, meter ahí unas buenas sartas hostias, que se acumulen bien ahí, que maceren, y luego meter a todos los miembros de Congreso y Paralmento, Comisión y Parlamento europeos, presidentes mundiales en general, y un largo etc., para que las hostias que previamente hemos dejado cocer a fuego lento, se las repartan bien repartidas entre ellos.
Poco más. Nos reímos por no llorar, pero esto pinta muy mal y espero que un día no tengamos que arrepentirnos de haber gritado antes, muy alto y muy seguido, hasta la afonía, en vez de tener que haber recurrido, tarde y mal, al método de los grifos y las hondonadas.