No olvido de las montañas el verde,
ni el gris de sus rocas. No olvido el claro
descenso del río, vivo y alegre,
señor del bosque, fecundo camino.
No quiero nunca olvidar el alerce
y la encina, acacia, jara y acebo;
no quiero de mañana alzar los ojos
y del mundo hallar sólo sus rastrojos.
Quiero que mis hijos del tigre sepan,
por su piel, por sus rayas y colores,
que al peregrino halcón y al buitre vean,
en sus nidos, desde valles y torres…
Que de cada vida preciosa aprendan
a amar su mundo, su cielo y sabores,
que con sus manos la mimen y adoren,
que con sus pies, pequeños, la engalanen.