Olvido quién soy…

por Con Tongoy

¿Puedes vivir siendo tú? Sin ambages, sin dobles que te suplanten en situaciones difíciles. Hay, de verdad, quién es el mismo en cada situación, con cada persona. Si lo hay, le admiro. No he llegado a conocerle.

Yo me adapto. Muto con cada cambio social. Tanto cambio, que me salen del cuerpo formas cuasi físicas y personalidades completas. Me es difícil ser yo mismo. Quizá es que soy difícil, tanto como para que mi personalidad no sea demasiado útil en otras situaciones. En esas me valgo de segundas pieles. Cruzo el umbral de la personalidad y adopto disfraces del armario de recursos sociales. A veces el poso de integridad es evidente y hace de la muda una cuestión cómoda. Otras no, otras la crisálida de mentiras oprime hasta cortar la respiración.

En momentos extremos, mi mente y mi cuerpo se ponen de acuerdo para desdoblar la realidad, sacando esas formas, a veces evidentemente monstruosas, otras sólo aterradoras en lo profundo, que son y se alimentan de mis miedos, fobias y marasmos. Si soy yo, cuando puedo serlo, cuando debo, la cosa vibra, las cuerdas se tensan y la elasticidad soporta mis hambres. Cuando soy yo, y no debo, caigo al vacío, dominado por fuerzas de torsión que acaban deshaciendo cualquier defensa. Si no soy yo, a veces va bien, otras no tanto. Ser un camaleón te da fuerzas, al menos en el durante, fuerzas para esconderte bajo colores diluidos y difíciles de clasificar. Pero el antes no es sencillo. El antes es el miedo, es la práctica de lo que serás; en ocasiones un manido traje mil veces usado, la mayoría, carisma, pantalón y zapatos a estrenar. Triunfo incierto. Efectividad medida en términos de adaptación y papel aprendido. No es bueno no ser uno mismo, es costoso y complejo, pero es más caro ser uno mismo.

Vivir debajo de máscaras constantes pasa factura. Los espejos son una trampa, la visión del desamparo al que uno mismo se somete nunca es buena. No reconocerse es el comienzo. Vivir en una escafandra, en un anticuado traje de buzo, la consecuencia. Salir de él, quitárselo, requiere medios no siempre naturales. Si ha estado demasiado tiempo cerrado, la presión ejercida lo hace estallar al abrirlo y nuestro yo salta, asfixiado, con violencia al exterior. Escapa y grita, gruñe y maltrata. Y el primer maltratado es él mismo, es uno mismo. El que sufre con su encierro, con los adornos de mil situaciones emprendidas, de otras tantas personas engañadas. Engaño es también parte de la factura. Engaño del ser y de los sentimientos, falta de conexión, desánimo, muerte cerebral de lo que en verdad sé es, abriendo a la carcasa a lo que se tiene o debería ser.

En eso nos convertimos. En eso me convierto, en carcasa de otros mundos. Otras vidas que me toman por transporte. Yo lo veo todo desde el fondo, detrás de la pantalla. Paseo como controlando un robot que dotado de inteligencia, responde cuándo y cómo quiere. Si me resisto o si la presión migra del traje a mi cuerpo, el estallido es interno, las formas toman vida en el interior y el escape es a través de mis manos, de mis ojos, de mis labios y piernas. Me parto en dos, en tres, y hasta en cuatro. Juego con una legión de yos y de noes, de cosas que no deberían ser. Que de no deber ser, pero siendo, han logrado ser. Vampiros de cuencas vacías y mandíbulas prestas. Lampreas de millares de pequeños dientes chupópteros. Holoturias marinas de vivos colores, babeantes y en sonrisas…

 Soy lo que no soy, precisamente por ser. Me siento obligado a no ser. Me obligan y obligo a no ser, persiguiendo lo que no quiero conocer, lo que no querría ni ver. Me olvido de ser yo. Me estoy olvidando de serlo. Poco a poco de adormezco, inhalo el monóxido de carbono social, los consejos gaseosos y las moléculas hechas de frases turbias, vacías, tontas. Me asomo al precipicio de las cosas escritas y saboreo los vientos furiosos y tentadores de la falsedad como asombro. Poco a poco, dejo de ser quien soy, olvidó quién quise ser.

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