La poética del metaverso

por M.Bardulia
La poética del metaverso

Ha habido mucha emoción, mucho hype, que dirían los modernos, amantes ansiosos, precisamente, de este metaverso sobre el que no se ha parado de hablar en los últimos meses. Y todo por una presentación infumable y robótica del señor de las redes, el cyborg Mr. Zuckerberg. Una presentación infumable y un anuncio con mucho marketing y muy poco de realidad. Con mucha intención empresarial, pero poca, muy poca base tangible; si es que eso de tangible se le puede aplicar a su autodenominado metaverso. Mucha poética y poco realismo, de ahí el título de este post, y de ahí que haya que repensar un poco todo lo que está ocurriendo, y se está diciendo.

Lo primero que me ha sorprendido ha sido el ruido que ha provocado el término en sí, y lo mucho que ha gustado. Un anacronismo tecnológico, poco original y manido, sobre el que se han liado a divagar expertos en tecnología, linguística y semántica, aludiendo a sus orígenes y al sentido de esa combinación tan rácana de palabras. Rácana, y sobreutilizada, tanto, que parece sacada de uno de sus guiones surrealista, algo vagos, plagados de neologismos, a los que tanto nos acostumbró Jodorowsky en sus tebeos. Es decir, que parece una palabra elegida al azar, sin pensar mucho, por un grupo de viejóvenes glorias de la tecnología, en el intento de resucitar una compañía que ve como sus principales activos empiezan a hacer aguas y asoma ya la sombra de una posible intervención estatal contra su poder omnímodo y su voracidad dataísta.

He aquí la clave de todo, el anuncio desesperado de Mark «me peino con cemento» Zuckerberg. Una necesidad estratégica, la de elevar el valor de su compañía, y otra funcional, la de animar al mundo a desarrollar esta nueva realidad que, hoy, digan lo que digan, hayan oído lo que hayan oído, es una realidad imposible. Una realidad tal y como la plantea el ixiano Mr Z., porque lo que son universos paralelos, universos digitales, llevan existiendo desde hace ya unas décadas. Comenzando por la propia Internet en su definición más formal, que no es otra cosa que un metaverso al que accedemos a través de un medio, el ordenador, pero en el que, desde sus inicios, hemos utilizado para traspasar los límites de nuestra realidad y vivir más allá de esta, en un universo diferente; aka: metaverso. Recuerdan la famosa viñeta: «En internet nadie puede saber si eres un perro». Es la forma más elemental de metaverso, de hecho. Pero luego han venido otras. Secondlife fue un buen experimento de metaverso, que no fructificó por varias razones que no vamos a analizar aquí, pero una de ellas fue sin duda la falta de poder computacional —de esta sí que vamos a hablar algo más—, lo que hacía de la experiencia algo aburrido, cuando no totalmente estúpido. Pero la cosa no acaba ahí. Las redes sociales no son otra cosa más que un metaverso al cual accedemos con un avatar de nuestra persona —por mucho que muchos y muchas piensen que esto no es así, que en realidad son ellos mismos o mismas—, a través de un portal, y en el cual hacemos o dejamos nuestra vida, interactuamos con otras personas, compramos, vendemos, en resumen, vivimos. El ecosistema social digital es, sin duda, un metaverso en sí mismo, la única diferencia con el metaverso del Mark es la forma en la que accedemos a él.

Un caso parecido, pero todavía más claro, es el caso de los videojuegos online, sobre todo aquellos que responden a una mecánica más RPG, pero, en general, todos aquellos que nos permiten jugar en red con otros usuarios, en su propio universo. Quizá sean el mejor y más antiguo caso de metaverso, al menos, el más fácil de entender según los criterios del metaverso planteado por la empresa anteriormente conocida como Facebook. En metaversos como el WOW o Lineage, por mencionar algunos de los más clásicos, una vida en estos universos expandidos es posible, el desarrollo de un avatar, la generación de relaciones, consecución de objetivos e, incluso, de beneficios, no ya virtuales, sino extrapolables a la vida real. El ejemplo más claro de metaverso actual sería Fortnite, donde muchos y muchas pasan su vida como si de otra realidad más se tratase, tan buena, al menos, como esta en la que, de momento, vivimos.

No, el metaverso no es algo muy novedoso, ni en lo que a informática real se refiere, ni mucho menos en la ficción literaria y cinematográfica; lo que es novedoso, a día de hoy, y tampoco mucho, todo sea dicho, neuromantes, es poder vincularlo a una experiencia en realidad virtual, o en realidades híbridas, mixtas, pero lo demás ya se ha hecho, ya se ha pensado, ya está ahí, esperándonos. Es aquí donde empieza nuestro problema con el metaverso zuckerbergiano y sus muchos entusiastas, en esa forma de experiencia virtual, al más puro estilo El Cortador de Césped —o The Machine Stops, o Snow Crash—, para los clásicos, o Ready Player One, para los más jóvenes.

La realidad virtual lleva con nosotros más de treinta años. En esos treinta años, ha vivido tres momentos clave. El de su surgimiento y primeras creaciones, y primer brote de euforia sobre un universo virtual autónomo —de nuevo, vean El Cortador de Césped, principios de los ochenta—; brote acallado por la falta de poder computacional, que mermó su capacidad de desarrollo; no había ordenadores ls suficientemente potentes para crear lo que se imaginaba, ¿le suena esto a alguien? El segundo momento llegó unos años después, allá por los primeros noventa, cuando parecía que la informática sí que iba a darnos ese poder, esa capacidad de desarrollo de mundos, lo suficientemente realista para que triunfara definitivamente la realidad virtual. Pero, de nuevo, no fue así —hubo intentos en muchas áreas, pero destacar, como siempre, la de los videojuegos, siempre a la vanguardia en este y otros asuntos tecnológicos—, y estas tecnologías volvieron a su estado latente, siendo enterradas por la avalancha internetiana y su posterior desarrollo social y móvil. El tercer momento corresponde a la segunda década de este siglo, que acabamos de dejar atrás, y que liga directamente con el momento actual. Con la llegada de los móviles, esas posibilidades de universos expandidos, de realidades entremezcladas, se volvió casi una necesidad y desde que los smartphones llegaron a nosotros, la carrera por lograr expandir nuestra realidad, bien a través de otras nuevas bien convirtiendo esta nuestra en algo más, no ha hecho sino crecer a un ritmo lento, pero seguro.

Y aquí nos encontramos hoy, con las Meta –antes Oculus— Quest a precios todavía prohibitivos, y pocos dispositivos más que tengan sus prestaciones, y un anuncio por parte de lo que a mí me pareció un Zuckerberg desesperado por llevar su compañía al futuro, sacarla del barrizal que empezaba a tragársela, al precio que fuera, aunque fuera vendiendo humo. ¿Les suena también esto de vender humo? A la gente que ha visto y se ha visto metida en los otros momentos de la realidad virtual, les suena bastante.

Mucha poética, decíamos. Poca poesía, eso sí. Hay poca poesía en lo que anunció la hoy conocida como Meta. Para quien entienda un poco de esto, ese anuncio, ese video chusquero y propagandístico —infumable en su duración y en la absoluta falta de empatía del click de Playmobil que lo conducía—, le sonó un poco a chiste. A chiste, porque eran todo castillos en el aire. Postulados casi teóricos. Y encima mostrando animaciones y gráficos que poco tenían que envidiarle a los de la primera Nintendo Wii. Personalmente, me quedé frío. ¿Otra vez? ¿Otra vez con lo mismo? Y por un tiempo pensé que, quizá, sí, esta vez sí que sí, esta vez íbamos a tener nuestros Oasis, nuestro Necroverso particular, nuestra realidad paralela en la que escapar y tener aventuras de todo tipo, dejando nuestra mente volar, queridos neuromantes.

Pero no. Después de enterarse uno bien, después de leer a quién tiene que leer, se da cuenta rápido de eso que ya hemos mencionado, que más que una realidad tecnológica, el metaverso anunciado no es más que una intención, un postulado teórico de una compañía que quiere convencer a sus accionistas de que está preparada para el futuro. De que tiene algo más, aparte de un ecosistema anticuado y decadente.

¿Es eso lo que quiere Meta? No, Meta no quiere crear un metaverso, busca crear una plataforma de metaversos, porque ya hay muchos metaversos por ahí, como les decía, desde ya hace décadas, pero hoy también, hoy ya hay plataformas que ofrecen eso que ahora se conoce como metaverso, metaversos virtuales. Meta pretende crear un mundo de metaversos, una conexión entre estos metaversos para que todos podamos vivir felices en ellos, sin necesidad de atender demasiado a nuestras necesidades físicas; esta sería otra queja personal, la más filosófica, pero en esa entraremos, quizá, otro día. Meta es, en resumen, o pretende ser, mejor dicho, un meta de metaversos. Lo cual tiene todo el sentido en forma teórica, empresarial y tecnológica, pero presenta muchos peros en lo que a su práctica se refiere.

Su práctica, he aquí el contrapunto a la poética. ¿Y cuál es el problema? Pues que en la práctica, lo que meta pretende es hoy imposible. Por dos razones: porque no existe todavía un ecosistema de metaversos que pueda crear esa plataforma, ese mundo virtual; y lo que es más importante, porque no tenemos el poder computacional requerido para poder darle la forma adecuada. ¿Forma adecuada? Esa forma virtual, de latencia tendiente a cero y conectividad absoluta que nos vendieron en su pomposo video. El tema dispositivos a nuestro alcance, todo lo que tiene que ver con periféricos, dispositivos de acceso, etc., también merecería su análisis —disponibilidad de dispositivos, precio, compatibilidad, etc.—, pero creo que es mucho más importante todo lo que refiere a capacidad de procesamiento y servidores, capacidad de computación, traducido casi literalmente del Inglés, porque sin esta, por mucho que desarrollemos nuevos dispositivos y mundos, universos y metaversos, si la experiencia no responde a las expectativas que se nos han dado, nos veríamos en otro de esos momentos en que el VR nos ha vuelto a fallar. En este caso, si la experiencia inmersiva no es total e ideal, es decir, lo prometido por Zuckerberg, volverá a fracasar.

Y es que, según los expertos, hoy en día no tenemos el poder computacional suficiente para desarrollar una visión como la del metaverso. Intel, a través de su Chief Architect, Radja Koduri, ha dicho ya que la capacidad de procesamiento que tenemos actualmente no es suficiente; es más, según él, no está ni cerca de lo que necesitamos, necesitaríamos multiplicar la capacidad actual por mil, y eso, siempre según él, haciendo un cálculo conservador. Es cierto que se están haciendo avances en nuevos tipos de chips, como en el caso de Google y sus AI chips; o la recuperación de una vieja conocida, la computación analógica —recomiendo estos dos videos (primera parte, segunda parte) de, posiblemente, uno de los mejores canales de youtube, para saber más del tema—; o todo lo que se está haciendo con el tema de los chips de Circuito Fotónico Integrado (info al respecto, aquí), pero sigue habiendo mucha incertidumbre en torno a la demanda computacional de estos nuevos postulados tecnológicos. Y no solo tenemos que pensar en tecnologías de chips en sí mismas, sino en la posibilidad de fabricarlos, y aquí entra la cuestión de la Ley de Moore, aquella que nos dice doblaremos la capacidad de un chip cada año, más o menos, y que parece estar alcanzando su límite. Al ser una ley no natural, al ser más una expectativa marcada por nuestra capacidad de fabricación de chips, de miniaturización de transistores, no tiene por qué cumplirse como tal, pero la realidad es que es cada vez es más costoso y complejo fabricar estos chips, a pesar de nuevas tecnologías, como la EUVL (Extreme Ultra Violet Litography) de empresas como TMSC o ASML (las empresas de tecnología más importantes del mundo y de las que, muy posiblemente, jamás hayas oído hablar).

Resumiendo, necesitamos multiplicar por mil la capacidad de computación actual, y eso pasa por ampliar la capacidad de nuestros chips, pero estos se encuentran en una encrucijada brutal, por la complejidad cada vez mayor de cumplir con esta Ley de Moore; no hablemos de llegar a multiplicar por mil su capacidad. Si a esto le unimos la crisis de los semiconductores, esenciales para la fabricación de chips, la fiesta está montada. Entre algunos de los fabricantes de chips más importantes ya se empieza a barruntar la necesidad de un nuevo descubrimiento, de un nuevo salto teórica y práctico, para poder alcanzar esa capacidad estimada y necesaria para hacer realidad realidades como el metaverso.

Y se me ocurre otra buena pregunta, ¿qué pasará con los ingentes volúmenes de almacenamiento necesarios para hacer realidad semejante irrealidad? ¿Están preparados los grandes proveedores de almacenamiento y procesamiento de datos para dar este servicio a escala global? La respuesta es, otra vez, no, y que su futuro está muy ligado a lo comentado anteriormente sobre los chips, pero también muy vinculado al problema del cambio climático y la gestión de la energía. Valorando esa necesidad multiplicada por mil, mencionada por el señor Koduri, el tema se nos va de las manos, tanto en procesado como en necesidades energéticas. De nuevo, parece que no estamos preparados, o que el desarrollo de una cosa, va en contra del desarrollo de nuestras sociedades, y choca, de nuevo, con algunas de las cuestiones más acuciantes de nuestra actualidad: las necesidades energéticas y el cambio climático.

No pretendo ser agorero, creo que el tema de los universos virtuales y mixtos o híbridos llegará más tarde o temprano, es el futuro, sin duda, pero también creo que la euforia actual, sobre todo en ciertos círculos corporativos, no está justificada y deberíamos tratar el tema con más realismo y mejor conocimiento. Creo, además, que no deberíamos dejar solo en manos de Meta el desarrollo de una realidad semejante, habiendo ya comprobado los métodos sibilinos y alegales con los que funcionan, y que deberíamos hacerle menos la ola a Zuckerberg cuando hace anuncios para volvernos a todos como él. Conclusión: no estamos preparados para realizar la visión de Meta, y puede que no lo estemos en una, dos o hasta tres décadas, pero el ser humano ha demostrado en el último siglo una capacidad asombrosa de reinventarse y avanzar, y en temas de ciencia y tecnología uno nunca puede dar nada por sentado. Como mucho, soy escéptico de un metaverso funcional y a escala global, en menos de diez años, pero ya veremos.

Lo que ya sería la monda, ahora que estamos a tiempo, es que empezáramos, al menos, a pensar en un marco legal y social al respecto de estas nuevas realidades, tomando como experiencia lo que nos ha pasado en las dos o tres últimas décadas, evitando así que nos coma el coco cuando el coco se haga cargo de toda nuestra vida; una vida paralela, pero vida al fin y al cabo. Y con esto me refiero a todo lo que tiene que ver, por encima de todo, con la gestión del dato. Con su captura, almacenamiento, procesamiento y uso. Por no hablar de temas como la ética en lo que al uso de la tecnología y diseño de usabilidad se refiere. Si hoy, que no estamos inmersos, metidos dentro, o tan metidos dentro, tenemos un problema con esto, no quiero ni pensar lo que será entonces. Si leen el libro de Ernest Cline, o se atreven con Neuromante, de Ian Gibson, no hay que ser una lumbrera ni haber leído a Borges para darse cuenta de que una realidad paralela absorbente y omnipresente, sustitutiva en muchos casos, puede tener muy poco de bueno. Por una vez, las sociedades y estados podían tomar la delantera, ya que esto del multiverso virtual, si nos atenemos al estado actual de la tecnología, puede tardar, como decíamos, una o dos décadas en realizarse.

Que vayamos dando pasos camino de ese metaverso ideal, eso está claro, lo haremos, lo llevamos haciendo desde los años setenta, prácticamente, o desde finales de los noventa, si quieren ponerse muy puristas —vivimos en ellos, muchos de nosotros, sin darnos cuenta—, pero que lleguemos a esa realidad cuasi literaria o cinematográfica, de la forma en que se nos ha planteado y plantea en medios no especializados, redes sociales y empresas, lo dudo, lo dudo mucho. Al menos, por el momento.

Hemos hablado poco del papel de la inteligencia artificial en todo esto del metaverso, y sin duda jugará un papel fundamental, sobre todo si hablamos de redes neuronales, pero habiendo temas más primarios que resolver, como el de la capacidad computacional, lo dejamos para otro momento.

Mucha poética sobre el metaverso, decía, pero poca práctica. Como ya pasara en otros hypes de la realidad virtual (porque esto no es más que otro momento de gloria para el VR, el resto ya estaba ahí), puede que todo lo montado, todo lo creado, todo lo esperado, quede, de nuevo, en un intento de, en un casi pero no, en un ahora no, quizá dentro de unos añitos, por la misma razón que en anteriores ocasiones: por prometer demasiado. Por hacer poesía donde no se debe.

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