Son toneladas de pastoso frío
las que se alumbran, tardías, roñosas
en mi turbia soledad oprimiendo
de miedo, pecho, ilusiones y risas.
Miniaturizado al peso del mundo,
corro en mis gritos, envueltos en mierdas,
esperando la dulce voz final,
la gracia de estrangularse sin más.
Silencio y flores, aroma del tiempo
que reposa exánime de sus noches,
fluyendo vacío ya del recuerdo
triste que era vida, que en los sabores
guardaba color, forma y movimiento;
negro, carne y azul, de los salobres
besos refugio, de mis sucias lágrimas
olvido, tumba: manchas de tus páginas.
De nuestro camino la oculta senda
trazar, sentir sin los ojos las manos
frías y secas de la oculta prenda,
prófuga de la semilla y el grano:
tuerta, raída, tenaz y violenta;
muestra infame del final más oscuro,
tus ardores son campo mercurial,
la simiente de razón infernal.
Déjame atrás, permíteme que sea
la luna tranquila del perro negro,
que sobre el fango rebusca y pasea
por enterrar de la muerte sus huesos.
Déjame que como entonces posea
el caldo de las piedras y los pinos,
déjame ser el que ahora golpea,
en vez de soportar, mudo, la herida
sigilosa, el bocado en cada vida.