Ceguera psicosomática lo han llamado, p s i c o s o m á t i c a. Se supone que estoy somatizando todo lo que ocurre a mi alrededor, es decir que, al final, toda la ansiedad y la angustia, han acabado por dejarme ciego. Vencerme ya me habían vencido hace tiempo, pero ahora todo ha llegado al punto de dejarme ciego. Pero yo no estoy seguro de que sea eso. Yo creo que más que una somatización, es un deseo, una petición oculta que le he hecho a mi cerebro y él la ha acabado cumpliendo sin avisar. Sí, estoy casi convencido de que ha sido eso, ha sido el evitarme ver todo lo que ocurre fuera, ya no puedo valerme por mí mismo, ya no tengo que preocuparme por todo lo demás. Estoy ciego, bravo, no veo mejor defensa ante este mundo estúpido, que cerrar los ojos por y para siempre, sin remedio. El mecanismo de defensa perfecto, ahora puedo “contemplar” el mundo desde la ventaja de mi invalidez, desde la desidia de mi ceguera. Es una suerte el que mi cerebro, mi mente, me haya entendido tan bien y de una forma tan clara. La verdad es que no me había parado a pensarlo en serio hasta ahora, pero en cuanto me han hablado de esa supuesta somatización, he caído en ello, de somatizar nada, una elección de vida, eso es lo que es.
Hace tiempo que no veía los colores de este mundo, hace demasiado tiempo que todo lo que recibía a través de los ojos, no me causaba la más leve emoción. Poco a poco, he ido dejando la vista por sentido perdido, a modo de protección, claro está, he reducido el alcance de mi percepción visual para que el sufrimiento ante un mundo que se extinguía delante de mis ojos, ante las gentes muriendo lenta e inexorablemente enfrente de mí, dejará de atormentarme. Al final, sin remedio, queriéndolo pero sin nombrarlo, mis ojos se han cerrado, mi propio cerebro me ha escuchado y ha acabado con la actividad de estos órganos que se hacían cada vez más inútiles, cada vez más pesados (un sentido que nos tortura, no es sino una carga estúpida e innecesaria). No dejo de pensar la fina respuesta que ha tenido mi organismo, nunca lo hubiera imaginado; me alegro, profundamente me alegro, pero también lo temo, los ojos no han sido la única parte de mi cuerpo que he querido arrancar, separar de toda actividad vital. Y si ese nivel de sensibilidad, de atención paciente que han adquirido mis neuronas, se vuelve una constante, quiero de verdad cerrar también mis oídos y mis manos… Ante tal posibilidad, tal poder sobre mí mismo, debo reflexionar, podría cerrarme por entero antes de tiempo; no digo que no lo haya deseado alguna vez, pero no todavía, menos aún cuándo acaban de cesar las torturadoras impresiones visuales. Quiero disfrutar de mi ceguera un tiempo, de esa impunidad ante el mundo. Ya no estaré más gobernado por la tiranía de la muerte siempre presente, en cada rostro, en cada imagen, ahora, quizá, pueda empezar a vivir.
Sé que no debería ilusionarme tanto, aún conservo intactos el resto de mis sentidos. El médico, antes de hablar de mi somatización, según él, extrema, ha evaluado la marcha del resto de funciones cognitivas de mi organismo. No sólo eso, no ha sido sino tras varios escáneres craneales y demás pruebas médicas, cuasi obligatorias, que ha decidido dar su extraño, pero ahora tan reconfortante diagnóstico. Parece que todo funciona correctamente, aparte de la pérdida mencionada, lo cual me deja aún, digamos que, ultra conectado con el exterior.
Parece, en esta oscuridad cálida y tranquila, que la muerte y la degradación de todo, no estará tan presente como antes, pero todavía es difícil asegurarlo al cien por cien. Me preocupan sobre todo mis oídos, son el medio más directo o más comprensible, más sensible de conexión con el exterior. Será posible percibir el mismo desasosiego a través de ellos que a través de mis ojos… Dicen que una vez que se pierde un sentido, el resto se agudiza, pero eso aplica a fallos físicos, normalmente irremediables, dónde el cuerpo se percata y compensa la deficiencia, pero y en mi caso, qué pensará ahora mi cuerpo si este parón es, tal y como yo creo, algo intencionado, decidido tras un largo proceso de sufrimiento y después, deseo interno. Puede ser que es te caso no trate de compensarlo, de hecho creo que es lo más seguro. Si él mismo comprende que el cierre, temporal o permanente, de una de las puertas del cuerpo, responde a la necesidad de reducir los estímulos perniciosos, no creo que ahora vaya a pretender extender o ampliar los demás, sería una tontería, una situación estúpida, puesto que lo que se buscaba con la estrategia inicial de clausura, era lo contrario.
Tengo que estar atento el resto de días y procurar no autosugestionarme con la posible hipersensibilidad del resto de mis sentidos. Un mínimo sería comprensible, pura práctica, adaptación, pero no, repito, en la cuantía que podía esperarse de una persona ciega por causa física o, dicho de otra manera, ciega no por petición personal expresa hacia su cuerpo; una persona que no disfruta de su ceguera, como yo pienso disfrutar la mía. Me reconforta y aterra de igual manera, la responsabilidad que poder tal sobre mí mismo, conlleva; si el control fuera total, significaría que, supongo que con cierta práctica, podría llegar a detener las funciones esenciales de mi organismo, sin mayor problema. Me reconforta pensar que algún día podré hacerlo, ese día en que no me valga ya esta ceguera autoimpuesta y protectora, el día en que decida que el final es lo único que me queda. Pero aún me aterra más pensar que, quizá, nunca llegare a reunir el valor suficiente parar llevarlo a cabo.