Queridísima Lima:
Nada, nada, nada en este mundo, en esta vida, me ha producido la emoción, la ilusión y la alegría que el haber recibido tu carta, y su contenido. Quizá porque no la esperaba, o no la esperaba tan pronto. Quizá porque nunca profundicé tanto en los sentimientos que albergabas realmente hacia a mí. Quizá, simplemente, porque sigo sin creerme digno de que una persona como tú pueda pensar, sentir, imaginar así de mí. ¡Y amarme! Sí, quererme como dices, como repites.
Gracias, Lima. Tu nombre se escurre entre mis labios como almíbar y los besos que antes creía desvanecerse, viven hoy más fuertes que nunca dentro de mí, saltando, rebotando, ocupando cada rincón de lo que soy, siento y pienso. No es que no creyera capaz, pero me ha sorprendido y emocionado saber que tus dotes de escritura están a la altura del resto de tu inteligencia y de tu persona. Por su detalle y personalidad, por su estilo y por su tremenda profundidad, y sin embargo, dotadas de una sencillez que rara vez he podido disfrutar de esta manera en nadie, ni siquiera los más grandes escritores; quizá porque ellos nunca me hablaron a mí, y tú sí. Tus palabras, además de contener una emoción que ha hecho desbordarse todas mis represas, son de una belleza difícil de describir. Que te hayas tomado ese tiempo, que hayas podido sondear tu alma de esta manera y plasmar en palabras tan dulces, tan certeras y tan, cómo diría, alegres, tanto, tantos sentimientos, tanta felicidad, a pesar de las distancias, ha sido y es para mí una cuestión de pura y absoluta belleza.
No podía haber pedido más. Ni siquiera me hubiera permitido haber pedido tanto. Me alegra, me provoca una enorme felicidad saber que tu nueva vida va asentándose a buen ritmo y que las primeras amistades están resultando agradables y fructíferas. Recuerda vivir, por encima de todo. Creo que es lo que estás haciendo, o eso reflejan tus palabras. Estoy más tranquilo leyéndote tan profunda y, sí, nostálgica, en la dicha de la nostalgia, pero feliz, satisfecha de las nuevas aventuras por venir. Que yo pueda caber en todo lo que tendrás que vivir, en todas las buenas cosas que, sin duda, te esperan, es un honor que dudo merecer, pero que me hace el hombre más feliz del mundo. Pero caber significará muchas cosas diferentes, que comprendo y comprenderé, me conformo con saber que tendré un hueco, un espacio, por pequeño que sea, en tu vida y en tu corazón.
Mi vida aquí sigue su curso. Mis hijos son una bendición, y mi mujer hace que la vida sea también más llevadera, a pesar de nuestras diferencias. Todavía me cuesta encontrar un espacio para quererla, entre la enorme luz que refleja mi corazón al pensar en ti, pero haré cómo dices y yo también viviré, e intentaré ser todo lo feliz que pueda, incluso si eso significa no verte en meses, años; esperemos que no llegue a tanto, lo intentaré. Yo también estaré, estaré siempre ahí, solo tienes que imaginar, que soñar, y yo estaré entonces imaginando, soñando contigo. Hay quiénes niegan la trascendencia al hombre, no ya la religiosa, sino el mero concepto de un alma, de un esencia inmaterial; yo no estoy con ellos, aunque tampoco esté con los que se empeñan en ponerle nombres y coto a las aspiraciones metafísicas del ser humano. Yo creo, simplemente, que somos algo más que esta carne y estos huesos, que el líquido espeso que circula por nuestras venas, algo más que un alma inmortal destinada a vivir en un paraíso inventado y ridículo. Yo creo que somos algo más, y no sé el qué, pero creo que en ese un día llegar a saber el por qué estamos y el adónde vamos estará involucrado el amor. Amor no me va a faltar, amor por ti, Lima, mi estimada, mi ligera, mi nocturna Lima.
No me des las gracias, soy yo quien debe darlas. Por cada momento, por aquel primer beso fugaz que desequilibró mi mundo y mis nociones. Por aquella primera noche juntos, en la que terminaron de romperse todos mis diques y volví a sentir la dicha, como nunca antes creía haberla sentido. Gracias por dejarme despedirme de ti, por invitarme a pasar a tu casa, por la luz de la luna bañándonos, por tu música y tu sensibilidad. Gracias por dejarme acariciar tu piel, besar tus labios, estar dentro de ti, tan dentro que aún quiero pensar que no volveré a salir de allí. Gracias por dejarme probar tu sabor. Y gracias, gracias eternas por dejarme estar presente, por verte cuando la luz comenzaba a despertar, poder contemplar tu cuerpo desnudo y oírte, adormecida, en el primer bostezo del día. Gracias por dejarme oírte bostezar en el crujir solitario de las sábanas. Cada vez que miro a esa cama, mis piernas tiemblan y mi corazón quiere arrancarse del pecho y dejar bombear todo su contenido sobre esa cama, ese colchón, esas sombras que nos cobijaron en una noche tan mágica, tan desigual, porque no éramos más que dos encontradizos desiguales que buscaban encontrar por fin un equilibrio, un equilibrio que solo supo surgir de la forma más natural posible, más humana.
Yo estaré bien, Lima. Yo estaré bien, porque, entre otras cosas, te he encontrado a ti y eso me ha demostrado que aún existe el amor, me ha devuelto mi fe en el amor, y, de nuevo, ¿qué es la vida sino amor? Por eso estoy vivo, más vivo que nunca, redivivo, redimido de pasadas oscuridades, porque, y ahora lo veo, me faltaba el amor, me faltaba aprender de nuevo a querer. A querer en el extremo de la locura, en la pasión de la cordura, en la plena libertad de poder querer a alguien como tú. Tan libre, tan lleno, tan inteligente, cabal, sensible, decidida, valiente, genial… Una mujer tan bella, con la potencia de una estrella y la suavidad de una brisa primaveral; me pierdo, feliz, en tu piel y en tu boca, vuelvo a besar tus párpados cada noche, escucho tu voz, cantándome, siempre, antes de que el sueño me venga a buscar, y entro feliz, entro sano y satisfecho, al reino donde ya, sí, totalmente libre, puedo dejarme llevar sin temor a que las coyunturas y las responsabilidades interrumpan ninguna muestra de amor, ninguno de nuestros intentos de amar, por incómodos que estos puedan resultar.
Yo solo quiero que tú estés bien, que seas feliz, que la vida te sonría y la vivas con toda su fuerza. Tranquila, yo estaré aquí. Puedo vivir sin ti, pero no podré vivir sin pensarte, sin imaginarte, sin recordarte y recordar cualquiera, y todos, los momentos que nos dejaron, que nos permitimos. Y esperaré, claro que esperaré, y buscaré en el mundo y en el tiempo el momento de volvernos a ver, aunque se rompan los cielos y se quiebre la tierra y el magma brote para llevárselo todo consigo, esperaré. Quiero quererte como nadie ha querido, o como nadie quiere o se atreve a querer. Quererte libre, sin fórmulas establecidas, sin el consentimiento de la humanidad, sin el beneplácito de ningún grupo, religión o gobierno humano. Quiero seguir queriéndote siempre, pase lo que pase, y que la realidad se parta y se rompa si quiere, yo seguiré queriéndote en el vacío intersticial, en lo que sea que tenga que haber más allá del infinito.
Te escribiré, mi queridísima Lima, tanto como me sea posible. Y si tú me escribes, seré feliz. Y si no lo haces, lo seré igualmente, porque sabré que si no lo haces es porque tu vida es feliz y tu vivir es tan pleno, como solo alguien como tú puede entenderlo. Sin embargo, si tienes a bien escribirme, no me dejes fuera, no dudes en decírmelo todo, no dudes en confesarme tu amor, aunque no sea yo ya el depositario, no dudes en contarme entre los que quieren saber y formar parte de tu vida, a pesar de todo. Sabré entenderlo, no es mi querer ese que pretende poseer, muy al contrario, pretende desposeer y hacernos crecer. Hacerte feliz. Verte feliz. Saberte lejos, pero saberte en felicidad plena.
No puedo decirte más, porque siento que doy vueltas en círculos. Te quiero, Lima, te quiero tanto que no puedo evitar esa punzada de dolor en el corazón por no poder decírtelo a los ojos, y besarlos después. Pero te quiero, mucho. Tan enamorado de ti, como el primer día que te vi pasar, sentada en aquella mesa, tan joven y nueva, todavía algo perdida en la gran ciudad amurallada. Tan encantado de ser y de estar, de releer una y otra vez tus cartas, como el niño que prueba por primera vez el caramelo.
Acompaña esta carta una foto de los montes de mi infancia y mi juventud, de mi vida, aunque hoy esta me obligue a verlos mucho menos, para compartir algo más de mi vida contigo, una parte profunda y querida, grandiosa y terriblemente bella en los ocres de un otoño que ya se nos escapa, tan melancólico como solo pueden serlo todos los otoños. Ojalá algún día podamos conocerlas juntos, y a los que allí viven y pasan, y a sus tan peculiares usos y maneras.
Enamorado de ti, siempre tuyo, siempre a la espera, siempre deseando oírte bostezar.
1 comentario
Nada supera la emoción de despertarme contigo, de recibir una carta tuya, Eric. Leo y releo tus palabras; la mayoría dulces, algunas amargas, pero me siento más cerca de ti. Soy feliz así. Tu compañía en mis días me hace serlo. Intuyo que así seguiremos, y en el fondo de mi corazón suplico a alguna fuerza superior que así sigamos, presentes en la vida y los momentos del otro, como lo hemos estado desde aquel beso. Un beso que lo cambió todo; un beso con el que por primera vez pude sentir la pasión de tus brazos, de tu cuello, de tu pelo y tus labios. Todavía permanece en mis recuerdos aquel momento en el que el tiempo se paró para nosotros y el mundo giraba a nuestro alrededor. Me hace ser todavía más feliz, porque es para mí la prueba de que no te podré olvidar. Ni en mil vidas. Pronto hará un mes de mi partida y puedo decir con seguridad que mi amor por ti crece, a pesar de la distancia, a pesar de no poder acariciar tus manos, oírte susurrar en mi cuello, mirar más allá de tus ojos y sí… sentirte dentro de mí. Dicha la mía por este regalo, algo que jamás me atreví a soñar por miedo al duro golpe de la realidad. Ahora soy feliz gracias a ti. Mis palabras y mis formas no pretenden competir con las tuyas, jamás lo harán, son para mí una humilde manera más de quererte. Soy feliz, Eric, contigo cerca lo soy.