A la puertas del santo

por Somnoliento

Para ti, para que sonrías…

Carcajadas a la puerta de tu santo. De ese Santo frío, oscuro al torcer la esquina. Ahí es donde de verdad sonrió, donde de verdad te encuentro. Es ahí donde te veo, porque es ahí donde esa última vez, esa primera gloriosa vez, te deje. Por eso vuelvo constantemente, rebuscando en mis bolsas, persiguiendo tu calor, tu candidez, tu ternura, tu pureza… No retorno a tu ducha donde dejaba mis pelos, porque es una vuelta fácil, vuelta de primeras veces y de frío. El frío que ayuda a recordar, me concentro en el frío, en el paseo húmedo y tu piel suave; es algo progresivo. Al final, encuentro tus manos, suben a mi cara y te encuentran, ansiosos, despiertos, ávidos como los fantasmas, mis labios.

La imagen de la sonrisa, la representación verde de la ternura, la única pureza sana, vívida, dispuesta que conocía. Y no la conocía, ni conoceré, no mientras el sol y estos ojos vagos, no consientan el cambio, no se atrevan con la aventura. Para que dejarse vencer, estar cansado, si nos queda mucho. Nos merecemos más, lo sé, yo creo que tus manos, frías, también lo saben. Un beso es suficiente, pero nunca es sólo un beso. No es un beso en el tiempo, es una línea que se inicia, en el tiempo, en el espacio y que se va tensando, poco a poco, a través de océanos y nubes, derivándose, vibrando, creando nuevos estados, pero sin el contratiempo del corte. Ah, lapsus bendito que me trajera la calma, el olvido de un roce, de la inolvidable oscuridad vegetal que aún te cubre.

Un recuerdo es la cuerda que nos une a él, que se estira y tensa hacia el infinito de una vida, rellena, construida, de otros recuerdos, otras cuerdas que se cruzan, elásticas, perdiéndose en ovillo de la memoria, sin que nunca lleguen a romperse. Sólo hay que saber tocarlas, hacerlas vibrar para evocar todo lo que pasó. Y ese beso santo, en la guarida del monstruo, contigo, es lo que evocan gloriosas, con cada tañido, mis cuerdas.

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