Pasamos toda la zona de la Caza de Leones Asiria en total silencio. Cierto que esas imágenes invitan al recogimiento, a la reflexión, su magnificencia hace que te sientas enano, una pepita de uva en el vasto pasar del tiempo, pero nuestra procesión sin palabras venía también dada por el recién descubierto rol de mi amigo el chupasangres. Su comentario me había dejado mudo, pensativo, no era sólo el hombre involucionado, nuestra degeneración, en tantas ocasiones tan aparente también para mí, sino la profundidad del pensamiento de algo, de alguien que apenas debería tener una existencia propia. Estaba sorprendido, empatizando con él, y eso me hacía vulnerable, rebajaba mis escudos al mínimo. Prefería no decir nada y dejar pasar el tiempo disfrutando del museo con una calma inédita en pasadas visitas. Al menos con él en la visita, no tenía que estar pendiente de sí se aburría o cansaba, si eso ocurría, directamente se sentaba o se iba a otra sala, sin decirme nada, para reaparecer al poco donde yo estuviera. Resultó un inusual buen compañero.
El Museo Británico expone sólo aproximadamente un tercio o un cuarto de todo lo que tiene, el resto aún está por catalogar o se encuentra en proceso de estudio, y aun así, la emoción ante lo que ves es tan grande, que en ocasiones cuesta contener las lágrimas. Algunas veces es por la importancia y beatitud de las piezas, otras por las desvergonzadas muestras de expolio, o por las dos anteriores juntas, pero otras, es simplemente por la localización a la que someten a artículos que serían la atracción principal en cualquier otro lugar del mundo. Como en el caso del busto de mi pobre y admirado, y tempranamente malogrado, Pericles (ay, que hubiera sido de los Atenienses si la peste no te cogiese tan pronto), da igual que sea una copia romana, no le resta un ápice de envergadura, lo tienen en una sala, al fondo, tapado por dos enormes vitrinas llenas de piezas menores y bajo la colección que dicen de Alejandro. Estuvimos un buen rato haciéndole compañía, los dos. Yo me senté primero, solo, hacía rato que no le veía, pero al momento apareció a mi lado, respetando mi improvisada vigilia, no sé si en tono de sorna, pero con la misma intención de solemnidad que a mí me embargaba. A la sombra de Pericles uno no puede estar de otra manera, si tan sólo al pobre Sócrates lo sacarán de su esquina… El caso del Mausoleo de Halicarnaso es también triste, no por el estado de las piezas, ni su distribución, ni su sala, es triste por verlo allí, completamente solo, desubicado, completamente fuera de lugar. Triste porque ha perdido toda su grandeza, y no es culpa del tiempo, el tiempo mismo otorga esa grandeza, es culpa del empeño en mantenerlo allí, en un museo en las islas británicas, en vez de en su auténtico emplazamiento en tierras del majestuoso Mausolo. No puedo decir que devolver todas las piezas sea lo justo, no soy quién ni es lugar para debatirlo, pero hay algunas que parecen tan solitarias, tan depauperadas en esas frías salas, que a duras penas uno puede reprimir el impulso por liberarlas, de devolverlas a sus tierras rocosas y verdes, a esas gloriosas y pasadas ubicaciones donde los mismos dioses las visitaban hace milenios.
Tienes razón, esto aquí no luce nada, estos ingleses están muy orgullosos de su buen carácter y su educación, pero pasan olímpicamente cuando algo no les conviene. No te fíes de ellos, escúchame bien, no te relajes o aquí te comen, que tú eres demasiado cándido, demasiado tonto, para según que cosas. Aunque sonaba a consejo paterno, el mensaje era el mismo de siempre y la consabida sombra comenzó a crecer dentro de mi pecho, siempre hacía arriba, buscando los rincones más perdidos de mi cabeza. Sabes que no me relajo nunca, gracias a ti en gran parte, aunque has estado atento, si algo me acerca a lo que saborear un momento se refiere, son estas visitas y estos trozos de piedra, el resto del tiempo no tienes de que preocuparte. Sonrió. Y no me preocupo, tú eres el que debería estar preocupado, está muy bien lo del museo, está muy bien que te emociones con las caras de viejos muertos hace trienios pero te sirve de muy poco; más te vale que encuentras un curro y pronto, o los dos sabemos lo que va a ocurrir. Se levantó y salió directo de la sala, siguiendo el cartel que indicaba la salida.
Para su desgana, la salida estaba al otro lado de la antigua biblioteca del museo, quizá una de las partes más impresionantes del mismo y también, de las menos visitadas. Es otra muestra de lo mucho que puede afectarte lo efímero de este nuestro pasar por el mundo. La amalgama de objetos, de joyas, libros, armas, cascos, jarrones, etc., es tal en estas salas, en sus estanterías, que el cerebro sufre al contemplarlas. Los primeros impulsos son de correr, de salir pitando de allí lo antes posible para no asfixiarse. Y es que cuesta someterse a toda esa observación, a tantos siglos de historia humana acumulada, a tanto conocimiento de tantas civilizaciones diferentes. Lo que sus vitrinas esconde es indescriptible, entristece también el pensar que la mayor parte de lo que allí se encuentra, apenas será visto en su totalidad por unos cuantos, entre los que, evidentemente, no nos encontraremos nosotros. Hacia el fondo de la gran galería, le veo hacerme gestos infantiles para que vayamos saliendo; entre tanta vetusta estantería, su aspecto adopta un tono feroz, algo animal, más sombrío de lo acostumbrado. Su sombra es grande, alargada y grande. Estoy cansado y quiero salir del museo, sentarme durante un buen rato al sol, pero la sensación de rutina que me aguarda en el exterior de este santuario pagano, me desgrana el alma.
Entre sus paredes soy algo, algo insignificante, pero parte de todo aquello, me ilumino con cada mirada de piedra, con cada cuña grabada en barro cocido y con cada hombre con cabeza de águila. Dentro soy algo, puede que hasta alguien, pero fuera, en el frío del mundo, sólo soy yo. Yo solo. Soy nada.