Ayer, por sorpresa y casi sin avisar, me vi con un amigo, por su cortesía, claro está, en un concierto que en otro tiempo hubiera levantado a las masas y movilizado millones, pero que en este siglo XXI, apenas pudo congregar a unos cuantos.
En un principio yo sólo sabía que íbamos a ver a unos mermadísimos Gun’N Roses, pero todo mejoró cuando resultó que los teloneros eran los, aunque muchos no lo sepan, irlandeses de Thin Lizzy, igual de mermados, pero no por ello menos atractivos. No sólo son una de las bandas, junto con Deep Purple, de los que se suele decir que dieron origen al Heavy Metal, sino que encima, son uno de mis grupos favoritos. Una pena que sus dos miembros más grandes, más emblemáticos, el negro irlandés, Phil Lynnot, y el gran Gary Moore, no pudieran estar allí; no creo, ni siquiera, que Gary Moore, aún estando vivo, hubiera querido ir, por lo que dicen, no acabó nada bien su relación con el resto del grupo. Quién sabe, la cosa es que ninguno de los dos vive y en el concierto de ayer, sólo uno de los seis miembros del grupo era un auténtico Thin Lizzy. Nos dio igual, en cuanto comenzó el concierto y nos avisaron a todos de que ese mismo día, esa noche, iba a haber una fuga en la ciudad, todos nos olvidamos que de Phil Lynnot hace tiempo que pasó a mejor vida y de que el pobre Gary Moore no llegara a ese concierto por unos pocos meses. Fue un concierto genial, corto, al fin y al cabo no era más que los teloneros, pero los disfrutamos muchísimo. El sitio en sí no es una pasada, el Millenium Dome de Londres parece un pasada desde fuera, cuando te acercas te sientes como si estuvieras frente a las Pirámides en Gizeh, pero en feo y frío, británico vaya, feo, gris y frío. Es una cúpula de proporciones ciclópeas, fea como ella sola, ya lo he dicho, llena de antenas y cables por todos sitios, una aberración estética que, sin embargo, promete desde el exterior, si lo que tú quieres es disfrutar de un concierto y no admirar el gusto arquitectónico de tus amigos ingleses. La pena es que todo ese espacio, esa construcción titánica, desilusione una vez llegas a la zona de los conciertos propiamente dicha. Hay de todo, lo reconozco, una barra de cerveza y/o comida cada diez metros, baños a mansalva y montones de escaleras, pero todo eso, toda esa preparación británica para los eventos, no compensa que hayan dedicado a la zona central un espacio tan pequeño, en comparación con el tamaño global de la estructura. Apenas un par de niveles de gradas, y digo apenas, porque el nivel superior no tiene ni un tercio de las gradas del nivel principal, y la zona para estar de pie, no llega al tamaño de un campo de fútbol. Impresionante, la verdad, decepcionante, también, sobre todo si consideramos que la base de todo el conjunto, la fuente de ingresos, son los eventos que se celebran allí. Pero bueno, quiénes somos nosotros para cuestionar sus costumbres y sus manías, quiénes somos nosotros para decirles que pueden pasar tres horas de concierto sin cenarse una hamburguesa, un perrito caliente y un pollo con mil especias de esas que huelen a perro mojado. No somos nadie, y para que engañarnos, al final, tanta barra y tanto baño, vienen muy bien, es facilísimo comprar cerveza fresquita e igual de fácil evacuarla. Creo que el personal de seguridad y acomodadores, era un poco exagerado, uno por cada diez de todos los que habíamos ido al concierto, más o menos, pero vuelvo a lo mismo, así son, más civilizados, y se agradece, al final, un poco de orden y de civismo, se agradece. O dicho de otra manera, ese orden y ese civismo es el que nosotros, en nuestro proverbial cerebro cojonudo, que diría Unamuno, no terminamos de asimilar en nuestra, también cojonuda, cultura.
Thin Lizzy tocó lo esperado, todos los grandes clásicos, comenzando con el citado Jailbreak, siguiendo por Rosalie, un soberbio The Kids are Back in Town, y culminando con su versión del himno irlandés Whisky on the Jar y su genial Black Rose. Lo de Whisky on the Jar fue el mejor momento de la noche, posiblemente, al menos en lo que a Thin Lizzy se refiere, porque al ser más una canción de calle, de pub y carretera, casi todoo el mundo conocía la letra y casi todos cantamos como posesos aquello de Wackfall the daddy-o, Wack fall the daddy-o. Corto pero muy intenso, y un verdadero privilegio poder oír en directo estos himnos modernos, de la mano de al menos uno de sus creadores y del resto de grandes músicos que le acompañaban. Como suele ser habitual en estas situaciones, el guitarra de Gun’s N Roses, Richard Fortus, el único de la formación original que sigue acompañando al impresentable de Axel Rose, que, por una vez en su vida, no hizo honor a esa impresentabilidad supina y nos dio a todos una lección de lo que un concierto de Heavy Metal puede llegar a ser. Precisamente eso, el tema del más que posible comportamiento irresponsable del señor Rose, era lo único que nos preocupaba después de que los Thin Lizzy dejaran el escenario. En Madrid, concierto para el que tuve que regalar mis entradas por un viaje imprevisto, dio muestras de ello y salió a tocar más de dos horas tarde, cepillándose el asunto en apenas cincuenta minutos, con el consiguiente ataque de ira y fuego del público, antes y después del concierto. Mi amigo, al cual le debo una magnífica noche de Heavy, auténtico e irredento fan de los Gun’s, desde siempre, ya los había visto más veces y sabía que esa situación, la misma que se dio en Madrid, se había repetido en distintos sitios, incluyendo un concierto al que el asistió en Dublín, donde voló más de una botella hasta el escenario, angelitos que son los Irlandeses. Así estábamos, agradeciendo, ahora más que nunca, las enormes barras de cerveza a unos metros de nosotros, cuando, como con poco más de una hora de retraso, algo aguantable, hasta esperado en estos casos, los Gun’s salieron a tocar, liderados por un Axel Rose, más que fondón, gordo cabrón, tocado con una especie de fedora de color negro, por el que ya asomaba su acostumbrado bandana rojo.
Y qué contar, qué decir de unos Gun’s N Roses, descafeinados, sobre todo por la falta del mito, Slash, y con un historial de últimos fracasos en directo. Pues decir que no creo que nadie en el estadio echará demasiado de menos a Slash, ni se acordará de pasados desencantos, después de las tres o cuatro primeras canciones. Rompieron con todo, con el mito de Slash, con su mala racha, con el mal rollo que acompaña a Axel, con todo. Tocaron todos sus grandes éxitos, contemporizando bien, repartiéndolos en lo que duró el concierto, reservándose algunas de las más grandes para el final. Ni que decir tiene que Welcome to the Jungle es una canción perfecta para empezar un concierto, que es un lujo, para ellos y parar nosotros, poder empezar un concierto así; mucho se tiene que complicar la cosa, si empezando con una canción así, no te metes al público en el concierto. Decir también, que tanta cerveza y en tan buena disposición, nos hizo llevar una buena cogorza desde el principio de ese segundo concierto de la noche, y eso ayudó, sin duda, a qué para cuando tocaron Sweet Child of Mine, nos volviéramos aún más locos de lo que esperábamos. Es una canción especial para cualquiera con un mínimo de cultura musical, y no digo buena, que también, digo especial, y para nosotros lo es más, para mi amigo, porque es su canción preferida de su grupo favorito, y para mí, porque es la canción que gracias a él, a mi amigo Alberto, hemos escuchado todos y seguimos escuchando, cada vez que queremos acordarnos de los demás y recordar buenos tiempos, los mejores tiempos. El resto fueron cayendo, November Rain, Don’t Cry, con Axel sentado al piano en el centro del escenario, casi al final del concierto. Knocking on Heavens Door, que sonó como si no hubieran pasado ni cinco años desde que sacarán su versión de la canción de Dylan. Y este es otro punto sorprendente, porque el tito Axel, a pesar de su evidente estado decrépito y fofo, no ha perdido un ápice de personalidad en su voz, parece que tenga veinticinco años el tío, te hace sentir como si aún luciera sus vaqueros recortados y sus camisas de cuadros, incluso se ánimo a quitarse su sombrero en un momento del concierto, despejando las dudas sobre su posible calvicie; desde donde estábamos, que no era lejos, no distinguimos claro alguno en su coronilla. La gran sorpresa fue hacia la mitad del concierto, donde de improviso y sin avisar, y en contra de lo que cualquiera hubiera dicho, apareció el otro guitarrista original de la banda, Izzy Stradlin, con la evidente euforia de mi amigo y de todos los verdaderos fans de la banda. Yo soy fan, siempre me han gustado, pero no me puedo considerar un profundo conocedor de los Gun’s, aunque disfruté igualmente el detalle, cómo no.
Hacia las dos y media de la mañana, bastante cansados, borrachos como cubas y habiendo olvidado como volveríamos a casa, salieron a hacer el último bis, tocando la última canción, otra de esas que les hicieron ser lo que fueron, o lo que son, viendo lo de ayer. Terminar con Paradise City es otro gran lujo que sólo bandas como ellos pueden permitirse, y si además lo complementas con juegos de pirotecnia y cañones de confeti rojo, la escena se vuelve única, irrepetible.Fue un conciertazo, de los mejores que he estado nunca, de auténticos profesionales curtidos en eso de la música. Si hablo por mi experiencia, no me queda más remedio que decir que Gun’s N Roses son una de las mejores bandas en directo de la historia, aún sin contar con Slash. No quiero ni imaginarme lo que podía haber sido ayer, si aparece por allí a tocar, con su sombrero de copa… La locura, la vorágine, que dirían los Monty Python en un más que regular traducción al español.
Acabamos destrozados, y muy borrachos, y como encima no habíamos cenado, a pesar de la cantidad de posibilidades que ofrecían en el Millenium Dome, que no aprovechamos por no perdernos ni un segundo de música, no estábamos precisamente con ganas de tragarnos una hora y media de autobús de vuelta. Una hora y media de autobús, pero que eso no engañe a nadie, estábamos dentro de Londres, es lo que tiene esta gran, grandísima ciudad, que ha crecido tanto que la distancias son de risa, como si te estuvieran gastando una broma cada vez que te dicen lo que vas a tardar en llegar a algún sitio y lo que te va a costar. El metro había cerrado a las doce y veinte, los barcos que van por el río hasta el centro –esto es Londres, eso es el Tamésis, un río, no un lodazal inmundo-, hacía rato que habían salido, nuestra única opción era un autobús, que como era de esperar, siendo el único de allí al centro, tenía su parada abarrotada de gente, casi tan cansada y borracha como nosotros, y con las mismas ganas de largarse cuanto antes de la península de Greenwich. Si antes hablaba del orden y civismo de las gentes y de las autoridades por aquí, siguen teniendo este tipo de cosas, lo de poner un solo autobús para llegar al centro desde el culo del mundo, que le exasperan a uno hasta el extremo; al final, donde unos fallamos, los otros aciertan y viceversa, que nadie piense que somos mejores o peores, somos iguales, unos para una cosas, otros para otras, y si no, que os lo diga quien ayer estaba en esa parada de autobús, abarrotada, y por donde se metían los inglesitos su orden y su civismo. Tanto fue así, que desde donde estábamos, apartados del maremágnum de gente que intentaba subirse al primer autobús, en el inglés más correcto que pudimos, gritamos: “thank you, thank so much for make us feel at home, this is just like being in Spain, thank you very much indeed, mates” Los que nos oyeron, se rieron bastante, pero no dejaron de empujar y de intentar colarse en el autobús, pisando cabezas, masticando huesos. Para colmo de males, por si el hecho de tener solo una línea de autobús que llevase al centro no fuera suficiente, los autobuses pasaban en intervalos de más de media hora, haciendo que el bloque de gente, sudada y harta, que estaba esperando, bajase a ritmo lentísimo. Desesperante, tanto, que decidimos intentar buscar un taxi, opción nada descabellada dado nuestro estado, pero completamente desaconsejable en Londres. Aquí hay bastantes compañías pequeñas a las que puedes llamar y te hacen un buen precio por el trayecto, pero en nuestras condiciones, nos costó bastante dar con alguna de ellas, incluso con la aplicación que teníamos en el teléfono, fue imposible conseguir uno. Al final, tras mucho buscar, un inglés que andaba también buscando transporte, nos dio un teléfono y llamamos, desesperados por llegar a casa y caer en coma profundo. No nos planteamos, ni siquiera, si el teléfono que nos había dado era el de una compañía asequible o no, llamamos y pedimos un taxi como pudimos, porque allí no había ni nombre de calle ni leches, menos mal que el tipo debía saber que había concierto y nos entendió a la primera.
Esa noche dio para poco más, mientras esperábamos decidimos comernos una hamburguesa infecta en un puesto callejero, a ver si las mareas de nuestro estómago se calmaban un poco, pero el remedio fue peor que la enfermedad. El taxi llegó y resultó ser un Black Cab, los típicos taxis londinenses, muy conocidos por su diseño retro, pero también muy conocidos por los “razonables” precio que suelen cobrar. Nos dio igual, como es lógico, y allá nos fuimos, con las ventanillas bajadas, sufriendo en un trayecto de casi una hora hasta mi casa, viendo subir el taxímetro, segundo a segundo, libra a libra, hasta llegar a las sesenta y cinco que marcaba al llegar a nuestro destino. Pagamos, no sin tener el típico problema con la tarjeta que te jode más que nada, porque ya te veías echado en la cama inconsciente, y subimos a mi casa. No me hubiera importado que durmiera conmigo en la cama, es un tipo de fiar y con pareja estable y ayer estaba solo en casa, pero en el momento en que Alberto se echó en el sofá, cerró los ojos y me fue imposible despertarle. Tampoco insistí mucho, la verdad, el sofá es cómodo y aquí ya no hace frío, estaba mejor así, me bebí un par de vasos de agua, omeprazol y a la cama.
Y por cierto, Alber, gracias. Gracias por una noche cojonuda, eso, como nuestro cerebro, que también es cojonudo, pero sobre todo, por el privilegio de poder ver contigo a los Gun´s y escuhar ese Sweet Child of Mine en directo, juntos. Gracias tío.