Ahora es el calor, calor húmedo, no es la temperatura lo peor, es la humedad, el sofocante abrazo del río cercano. Antes la lluvia, quizá mañana también, pasado seguro, pero hoy, ayer y anteayer ha sido la humedad. En la calle, el viento y la sombra lo calman todo, aplacan las ínfulas del agua que flota y se pega, pero en las casas todo es viscoso, todo es incómodo y ajeno al paisaje. Sudas sin calor, porque no es el calor el que te hace sudar. Te cansas sin calor, porque es la humedad la que en realidad te sofoca. No me importa el bulto que vuelve a crecer, esta vez en el dedo gordo de mi pie izquierdo, ya sabía que su muerte sería pasajera. Y no es por su condición de vampiro que le hago inmortal, no es eso, es más por su forma de venir al mundo, por tener su origen en mi imaginación, en mis complejos y mis miedos, en mis angustias, en la ansiedad que a todos a veces asola y que a algunos desborda, y que yo, simple y llanamente, puede que petulantemente, convierto en materia, la moldeo y hago cuerpo, que no ser humano, un cuerpo no humano que me vigila, que vive y atormenta, alimentándose de mí.
Podría sentirme Zeus, dando a luz a Atenea, si no fuera porque ellos son dioses, reales frutos de un intelecto colectivo, y él, solo, nada más que una irreal creación de mi mente solitaria y cansina. Me palpita el dedo gordo, el de mi pie izquierdo, y su latir, incómodamente desacompasado al mío, se contagia al resto de dedos, haciéndoles batirse, convulsionar de arriba abajo. Está por venir, lo sé, esto no es un periodo largo, no son nueve meses, apenas días faltan para que vuelva a formarse, lo sé, lo siento, incluso desde dentro sé que ya está vivo, aún informe, aún incorpóreo, pero igual de sañudo.
Ahora me acuerdo de él, no sé si es su próximo alumbramiento o que de verdad le echo de menos, pero me acuerdo mucho de él. Casi podría decir que le espero, aunque al minuto siguiente desearía no volver a verle jamás. Ojalá estuviera en mi mano esquivarle. Pero no lo está, sólo mi imaginación, la parte más inconsciente de ella, puede decidir no hacerlo y por más que intento controlarla, soy incapaz de alcanzar mi inconsciente, en ninguna de sus versiones. He intentado, incluso, alcanzarlo a través de los sueños, me he puesto, he marcado señales y símbolos en mis sueños, para dominarlos y así buscar en ellos la cura, pero ha sido inútil. Las señales, los símbolos que busco nunca aparecen como yo quiero, es difícil verlos y cuando los veo, es demasiado tarde y sólo consigo avanzar unos pocos kilómetros, antes de despertarme. El otro día intenté que mi señal fuera la presencia de un río, uno muy concreto, un río de rocas pequeñas, de cantos redondos y pequeños, rodeado de árboles y con un remanso artificial al lado de una pequeña playa de arena gruesa. En ese río, en ese remanso, en esa playa de arena gruesa, debería haber niños bañándose, jugando, tirándose unos a otros al agua y peleando dentro de ella. La señal sería esa, el río como marcador y la playa mi punto de salida, debería buscar el río y la pequeña playa como punto de salida, o entrada, según como se mire. Sé que hay miles de kilómetros hasta el fondo de la imaginación, hasta las zonas que, lo que nosotros llamamos mente, nunca nos dejará tocar o controlar, es como si existiera un contrato firmado entre nosotros y nuestra psique, en el que se nos concede el don de poder controlar parte de nuestra razón, de nuestra imaginación y de nuestras emociones, a cambio de que dejemos otra parte siempre alejada de nuestra mano, fuera de nuestro alcance, para ser controlada de manera exclusiva por ella, nuestra psique, la otra firmante del pacto.
Parece un asunto de balance de poder, una cuestión de evitar que nos convirtamos en dueños absolutos de nuestro propio destino y convirtamos la vida en un trayecto fijo y predefinido, en el que sólo nos quedaría sentarnos y esperar la muerte. Llamémoslo el don de la inconsciencia, la virtud de lo que no podemos, no sabemos, controlar. Puede que sea eso lo que nos hace de verdad humanos, esa conciencia de la inconsciencia, ese conocer que somos seres igual de inconscientes que conscientes. El que pretende controlar lo inconsciente y vivir sólo del consciente, como un ente puramente consciente, negando lo que lo es, sólo consigue un vida a medias, una vida rácana, dominada por un falso saber, desdeñando algo que nunca desaparecerá y que, sin embargo, en la sombra, ante su negativa, crece y le domina por completo, más que aquél que ha intentado aceptarlo o entenderlo. El que pretende, por otro lado, dejarse llevar siempre por lo no consciente, delegando esas funciones que se le otorgaron, regalando, por tanto, su responsabilidad, acabara rebajado al status de un mineral cualquiera, sólo movido por las funciones más básicas y los instintos más primitivos. Y ninguno de ellos está mal, ninguno de ellos es intrínsecamente malo, salvo cuando, sabiendo que su origen está en la parte incontrolada de nuestro contrato, se dejan completamente a su control, cayendo en la molicie consciente de los mismos.
No puedo remediar mis irracionalidades inconscientes, apenas puedo controlar mis irracionalidades conscientes, como puedo pretender controlar las que no sé me dio el don de poder corregir. Sin embargo, siempre he considerado a la otra parte que controla mis actos y destinos, la he tenido en cuenta y he intentado entenderla, con más o menos éxito, pero siempre siendo consciente, desde mi consciencia precisamente, de ella, de la otra parte de lo que soy, del cincuenta por ciento, o más, o menos, depende de cada cuál, de lo que todos somos.
La comunicación no es ni fluida ni obvia entre nuestras dos partes, la hay, pero es difusa, a veces el canal se ilumina y las dos partes se entienden, y lo vemos, y nos complacemos, otras, la mayor parte de ellas, ese canal de transmisión es bloqueado, incluso cortado, y la comprensión se aleja, dejándonos solos y a oscuras. Yo sigo intentando andar desde los sueños, alcanzar el centro, sino de la razón misma, de ese salón del trono donde se sientan consciencia e inconsciente, si de las comunicaciones de uno y otro. Pero es difícil, está lejos y es un camino vedado desde hace eones. Me resigno, pero sigo buscando, me abrumo, pero no por ello me detengo, me temo, pero no por ello dejaré de intentar encontrar una fuente que me permita entenderme, congeniar con lo que soy, conectar lo que soy, con lo que aprendo y me enseñaron.
Mientras divago, el pie sigue doliéndome, todo él entero, pero el dedo especialmente. Apenas he podido andar los últimos días, en poco tiempo dejarán de valerme los zapatos, era todo más cómodo cuando estas cosas surgían del codo o del hombro, incluso de la cabeza, en una enorme afrenta al mito ateniense –el mito del que antes hablaba, el mito griego por el que Atenea nació de la cabeza de Zeus, un mito, no sé si creado, pero sí impulsado por los atenienses, como símbolo de lo único de su patrona y, por tanto, de su ciudad-. Verme parado no hace más que empeorar la espera, y no es que lo tema, es que creo que, es cierto, por una vez, estoy ansioso de volver a tenerle de vuelta, ¡le echo de menos! Cosas de mi arrebato seudo homicida del último día, supongo. Aunque también supongo, que antes de dejar que mi mente pase a otras cosas, estaré deseando que muera de nuevo y no volverle a ver.