Ayer despertamos
cayeron los velos,
desayunamos en la mesa de los tiranos
a los que reímos,
a los que consentimos,
a los que, cobardes, ingenuos, felices,
alimentamos.
Y mientras ellos crecían en sus camas de muerte,
nosotros mirábamos nuestro ombligo,
reflejado en la palma de nuestras manos,
enseñando lo mejor de nuestros cuerpos, idiotas;
lo más fácil de nuestros placeres,
idiotas;
lo más precioso de nuestras vidas
sacrificado al narcisismo voraz
de una existencia complacida,
de una mentalidad complaciente;
idiotas.
Y en el fondo, en la sombra, sonrientes,
lanudos, convencidos, parloteantes,
los tiranos y sus amigos se crecían,
y en su crecer,
hiciéronos dudar de nuestra historia,
de nuestra cultura,
de nuestro tiempo,
de nuestra libertad;
y mientras ellos alimentaban sus ansias
de poder, riqueza, sangre y dolor,
nosotros les reíamos,
nosotros les escuchábamos,
aquí,
y en el otro lado del mundo,
del uno al otro confín,
en cada pueblo,
en oriente y occidente,
en cada barrio,
de este a oeste,
a izquierdas y derechas,
cargábamos el miedo contra los débiles,
contra los refugiados de las mismas guerras
que, hoy, lamentamos sobrecogidos,
que desde ayer,
tememos con el terror
de quien ya no está tan lejos,
de quien se sabe,
por primera vez en mucho tiempo,
quizá,
parte de esos débiles,
los mismos a los que dejamos perderse
en el mar de la guerra y del hambre.
Y mientras ellos hacían crecer sus arsenales
y se envalentonaban,
comiendo de las entrañas de su propio pueblo,
nosotros creíamos sus mentiras sobre nosotros,
despreciábamos el logro brutal,
el triunfo de eones,
cargado del mismo dolor, guerra y hambre
que hoy nos despierta,
despreciábamos la profunda raíz de nuestra humanidad,
la construcción gloriosa de una sociedad:
de su hondo rastro emocional,
de su imperfecta, pero intencionada solidaridad,
de su a veces compleja, pero viva convivencia;
una sociedad que, aunque frágil,
aprendió a tender a la paz.
Y mientras se divertían a nuestra costa,
poniendo y quitando,
haciendo amigos,
enfrentándonos,
confundiendo y ofuscando,
gritando y amenazando,
nosotros despreciábamos culturas comunes,
historias comunes,
sangres comunes,
ideas comunes,
vidas, tierras, sudor, miradas comunes;
nos volvíamos contra nuestra idea única
del derecho y la libertad,
mientras ellos, los tiranos,
maceraban nuevas guerras,
mientras ellos, los tiranos,
siguen atemorizando al mundo;
mientras nosotros,
los estúpidos,
los insatisfechos,
cenábamos en su mesa,
congeniábamos con su inhumanidad,
les comprábamos su gas, su petróleo
y sus ideas podridas.
Ayer despertamos,
un mundo nuevo
que se nos hace demasiado viejo;
solo la muerte
ha conseguido que sintamos
la tremenda suerte de nacer,
de vivir, de formar parte,
de ser quiénes y de dónde somos,
de no querer nunca caer
en manos de sus anacronías malvadas,
en las manos de ellos,
los de aquí y los de allá,
ahora que llaman a nuestra puerta,
de ellos los tiranos.
Y mientras en Ucrania viven solos,
luchan solos,
mueren solos;
y mientras, ellos, los débiles de hoy,
sufren de nuevo en sus manos,
las que les reímos,
las que les doramos.
нет войне (Ayer despertamos)
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